domingo, 2 de enero de 2011

Un tipo superficial. Andy Warhol. Entrevistas, Blackie Books, 2010.


Ya no recuerdo dónde leí que la crítica debía ser como una colonia parasitaria de bacterias, una cosa expansiva y múltiple capaz de prosperar en la criatura huésped, la obra de arte, de la que obtendría sus nutrientes. Lo pienso a propósito de las pocas cosas realmente estimulantes que se pueden leer sobre Andy Warhol. Son contados los ensayos, reseñas o semblanzas que no incurren en clichés sobre su obra o su personalidad. ¿Qué es Andy Warhol entonces? ¿Un medio estéril e inerte en el que nada puede crecer y desarrollarse? ¿Una especie de laboratorio frío y sin vida?
Después de leer esta recopilación de sus entrevistas, a cargo de Kenneth Goldsmith y editada recientemente por Blackie Books en España, tengo la extraña impresión de conocer aún menos a Andy Warhol. O al menos corroboro que no solo es dificilísimo decir cosas inteligentes sobre Andy Warhol, sino que quizás no tiene ningún sentido decirlas. Andy Warhol es superficial en el sentido más radical del término. Superficial, no frívolo. En Warhol la frivolidad es a veces, y solo a veces, un mero espectro de la superficie donde el discurso choca y choca. Los periodistas lanzan las preguntas y es como si rebotaran contra un frontón: Sí, no, no, sí, sí, me gusta, no me gusta. El periodista reelabora la pregunta pero es inútil. Algunos, los más hábiles, se divierten observando cómo el discurso, con toda su carga ideológica, se hace pedazos durante el peloteo, y entonces parecen entrar en un extraño juego, un nuevo juego en el que ellos también consiguen transformarse en superficies o quizás descubren que nunca fueron otra cosa que superficies y a partir de allí los diálogos se introducen en una cancha por la que alguna vez han pasado Beckett o Sterne. ¿Le gusta el cebollino? ¿Eh? El cebollino, que si le gusta el cebollino, lo que se le pone a la sopa... Sí, me gusta. Warhol llega al extremo de sugerirle al entrevistador que le proporcione las respuestas para que él pueda simplemente reproducirlas. Sabe que es más fácil hablar de arte que hacerlo. Él hace arte y deja hablar a los otros, deja que las cosas ocurran a su alrededor e interviene lo justo para devolver, desviar y destruir, todo con la mayor dulzura y cortesía. En algunas ocasiones, para mayor perplejidad de quienes lo entrevistan, Warhol saca su propia grabadora e invierte completamente los términos. ¿Quién es el objeto de la entrevista? ¿Por qué han de estar asignados los roles de ese modo en el que alguien pregunta y otro responde? ¿Quién ha decidido semejante cosa? ¿De qué color son tus ojos?, pregunta Warhol coqueto. Es como si se hubiera convertido en uno de sus cuadros: hierático, colorido, repetitivo pero lleno de matices, una pieza de entretenimiento al alcance de cualquiera pero capaz de irradiar misterio de alta frecuencia sin necesidad de tramoya metafísica. Lo que hay es lo que ves. Materia. Procesos mecánicos de reproducción, de la grabación magnetofónica al grabado, del cine a la serigrafía, voz, silencio, tinta, personas de carne y hueso que se limitan a existir delante de una cámara que, según Warhol, hace las películas por sí sola. Basta con darle al botón. Algunos no soportan creer que baste con darle al botón. ¿Y eso es pop? Sí, respondía Warhol, eso es pop. Cuando le preguntan por qué cree que Valerie Solanas intentó matarlo, Warhol ignora el rumbo que el periodista intenta determinar –el de las motivaciones ocultas de Solanas− y se centra en una descripción del absurdo de los hechos: íbamos en el ascensor, salí, de pronto ya no recuerdo nada. Este ejercicio de cancelación de todo psicologismo atraviesa su vida y su obra. El pop, más allá de una apología suicida del goce tonto de las mieles del capitalismo, aparece como el placer de observar cómo rebotan unas superficies contra otras, la celebración de la materia.

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